
Juan Calvino y Michael Jackson tienen algo en común: los dos están muertos. Creo que las comparaciones llegan solamente hasta ahí. Obviamente, los dos poseen historias profundamente distintas, vivieron en época distintas, dejaron huellas distintas en el mundo. La diferencia es tan profunda que la misma idea de una comparación asusta a los hinchas de ambos lados. Pero de alguna manera, el hecho de que estén muertos los dos les acerca bastante.
Uno de los aspectos que une a estos dos personajes tan distintos es la realidad de la inevitabilidad de la muerte. Sea usted un gran hombre o mujer de Dios, con una consagración cual la de Calvino, Lutero y Melanchton, o sea una persona con una vida tan conturbada como Michael Jackson, Elvis Presley y Bob Marley. No importa lo rico o pobre que haya sido, cuantas carreras haya cursado ni lo destacado socialmente que alguien pueda ser, todos enfrentaremos esta realidad: la muerte.
Juntamente con la idea de la muerte, todos se preguntan para dónde vamos después de ella. En realidad, estén donde estén los dos personajes destacados en este texto, seguramente están cosechando después de la muerte el resultado de lo que sembraron en vida. Fuimos creados en Dios para la inmortalidad y aunque este cuerpo físico muera, nuestro espíritu se encontrará con el Todopoderoso y nuestro destino estará en sus manos. Como dijo el autor de Hebreos: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”.
Delante de tantos muertos famosos, nos acordamos del único que no fue vencido por la muerte, del que estuvo muerto, pero resucitó, que sigue vivo y por siempre vivirá. Este, a quien llamamos Cristo, en una ocasión presentó una parábola donde un hombre muy rico que tenía un excedente de producción y por donde pensaba consigo mismo: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde almacenar mi cosecha.” Por fin dijo: “Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes, donde pueda almacenar todo mi grano y mis bienes.
Y diré: Alma mía, ya tienes bastantes cosas buenas guardadas para muchos años. Descansa, come, bebe y goza de la vida.” (Lc.12:17-19). Delante de esta escena Dios tan sencillamente le hace una declaración y una pregunta: “¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la vida. ¿Y quién se quedará con lo que has acumulado?” (Lc.12:20).
El hombre de la metáfora de Jesús, al igual que Calvino y Michael Jackson, no pudo escapar de la inevitabilidad de la muerte. Todo su legado, lo que le costó toda una vida, quedaría en manos de otros, para ser malgastado por quienes no trabajaron por eso. Igual que a ellos, nuestro día vendrá, y para este día ¿qué tenemos preparado? En este día, solamente los amigos de Jesús encontrarán paz y alegría. Dios no le va preguntar sobre lo bueno que intentaste ser, por cuantas veces fuiste a la iglesia o cuán religioso fuiste. Tampoco le va preguntar si le crees a él, porque en este momento, por supuesto que le creerás. La única pregunta será si eres amigo de Jesús, porque después de la muerte, solamente los amigos del que venció la muerte podrán disfrutar de la verdadera vida.
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