martes, 19 de mayo de 2009

Mi familia para Dios

“Por mi parte, mi familia y yo serviremos al SEÑOR.” (Josué 24:15)

La familia es la base de la sociedad, eso creemos. Todas las naciones están conformadas por familias, grupos de personas que pertenecen al mismo origen. Nuestra familia dice mucho sobre lo que somos, porque en realidad, somos el resultado de las características genéticas y culturales de nuestros ancestros. Esto explica, por ejemplo, porque los chilenos tienen costumbres tan específicos que  le distinguen de los otros pueblos alrededor, como los argentinos y peruanos.

Pero más que una nación, la familia conforma todas las costumbres personales que uno adquiere, la manera de pensar y ser, las características físicas y genéticas y todo más que uno es depende de lo cómo es su familia. Además de heredar involuntariamente características físicas y culturales, nosotros cultivamos por nuestra familia un cariño especial pues es nos fijamos que la familia es parte de lo que somos.

Desgraciadamente nosotros vivimos en tiempos de familias disfuncionales. No todos tienen el privilegio de vivir en una familia de papá, mamá y hermanos. La mayoría de las familias de nuestros días pasan por crisis de relaciones, donde ya no pueden contar con la estructura tradicional, y como iglesia tenemos que proveer respuestas a esta realidad. La primera respuesta que encontramos en las Escrituras es el relato de Josué, cuando estaba ya en la tierra prometida y se dirigió al pueblo para renovar la alianza del pueblo con Dios. En esa circunstancia él llama el pueblo a entregarse a Dios y servirle fielmente, abandonando a los dioses de sus antepasados, pero Josué advierte que, si el pueblo no aceptara esta condición, él y su familia servirían al Señor.

Con Josué, entonces, aprendemos que los padres son responsables por la espiritualidad de su casa. Esta es una verdad que muchos padres han abandonado. No es raro ver padres excusándose del alejamiento espiritual de su hijo diciendo que la iglesia fue la culpable de esto. Cuando la responsabilidad primera siempre son de los padres, cuando son cristianos. Josué no culparía a la nación por si por alguna razón sus hijos abandonaran al Dios verdadero, porque él mismo ya había declarado su responsabilidad espiritual en su hogar.

Como cristianos, debemos rescatar el valor de la familia y este valor viene reflejado en el señorío de Cristo en ella. Si deseamos ver familias restauradas debemos comprender y aplicar la responsabilidad espiritual en el hogar. Esto se aplica cuando los padres se responsabilizan por la enseñanza bíblica en su casa al leer y compartir la Palabra con sus hijos, cuando los padres oran por y con ellos, enseñándoles a buscar la presencia de Dios por medio del testimonio, de una espiritualidad coherente con figura del pastor de su casa. Si amamos nuestras familias y queremos nuestras familias restauradas y estructuradas bajo el señorío de Jesús, tenemos que asumir esta responsabilidad y con valentía decir como Josué: “Por mi parte, mi familia y yo serviremos al SEÑOR.”      

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